miércoles, 28 de julio de 2010

ONG a puerta fría

Hace unas semanas, llamaron al timbre de mi casa. Por la mirilla vi que era una chica joven con una carpeta. No suelo abrir salvo que sea alguien conocido, pero me dio por hacerlo, por si acaso era una vecina, ya que no me quedo con las caras. De hecho, había dejado este episodio en el olvido y ni siquiera creí importante escribir esta entrada en su momento, pero ahora me parece oportuno.

Nada más abrir la puerta, me dice la chica, toda dicharachera ella: "¡Hola! ¿cómo estás?". Contesté que bien, haciendo la comida. "Me llamo Fulanita" -dijo, y me extendió la mano. Se la estreché y enseguida siguió: "¿le conoces?" -mostrándome la foto que forraba su carpeta. La verdad es que el tipo me sonaba, pero mi reconocimiento facial es bastante lamentable, así que dije que no. Inmediatamente puso cara de incrédula y dijo: "¿no conoces a Iker Casillas?". Acabáramos, el júrgol, esa gran afición mía... En fin, le dije que me sonaba, lo que no le estaba allanando el camino precisamente...

Me comentó que era de la ONG que él patrocina, dedicada a la lucha contra el abuso a menores o algo así. Luego estuvo soltando un discurso que se veía bien aprendido y me comentó que no venía a pedir dinero, que simplemente estaban "apuntando a los vecinos en estas hojas para que la organización se ponga en contacto con vosotros. No es necesaria una aportación grande; con 50 céntimos al día, 12 euros al mes, ya estarías ayudando a que siguiésemos con nuestro trabajo y blablablabla".

Como todo guión que no se pueda modificar, el fallo está en que cualquier cambio no esperado en el oyente, lo echa todo al traste. La chica seguía el guión según le hubieran explicado en su momento, y a pesar de mis señas anteriores, no se estaba dando cuenta de que yo no estaba receptivo, o bien el guión sólo tenía un hilo a seguir. Total, que me dice: "Bueno, te veo muy serio, pero estoy segura de que quieres colaborar". Y le contesté simplemente, en el tono más tranquilo posible: "no". El cambio de su expresión fue radical, se quedó como extrañada y dijo "¿no?", así que volví a contestarle "no". No un "no, lo siento", porque realmente, no lo sentía. Entonces me dijo "bueno, gracias", nos despedimos, cerré la puerta y me quedé en el pasillo a escuchar si llamaba a las otras viviendas.

Efectivamente así lo hizo. El vecino de al lado, mucho más puesto en temas fumboleros, reconoció al capitán de la selección esñapola. La historia que contó la chica fue la misma, haciéndose la simpática, prácticamente con las mismas palabras. Cuando llegó a la fase de la aportación, el vecino le dijo que lo sentía (¿él sí?), pero que ya colaboraba con otras organizaciones y que no se podía ayudar a todo el mundo. La chica le preguntó "¿Sí? ¿qué otras ONG?". Él contestó que no se lo iba a decir y que doce euros una, veinte euros otra... No se podía ayudar a todo el mundo. Total, que se despidieron y la chica se fue a llamar a las otras puertas. En una no contestó nadie y en la otra me dio la impresión de que se le quebraba un poco la voz al contar el guión. Le contestaron desde detrás de la puerta, sin abrir, que no podían ayudar.

Transcurridas unas cuantas semanas, llegamos al día de ayer. Había venido mi hermana un rato a casa y mientras hablábamos, sonó el timbre. Pensó que sería nuestro padre, así que abrió sin mirar por la mirilla y resulta que no.

Era una chica joven, con una tarjeta de no-recuerdo-qué-ONG colgada al cuello. La manera de presentarse y contar el guión era clavada a la otra, pero lo más llamativo era lo de "estamos apuntando a los vecinos en estas hojas para que la organización se ponga en contacto con vosotros. No es necesaria una aportación grande; con 50 céntimos al día, 12 euros al mes, ya estarías ayudando a que siguiésemos con nuestro trabajo y blablablabla".

"Lo siento, pero no puedo colaborar" -contesté, aunque no lo sentía. Mi hermana dijo lo mismo.

"Bueno, es que claro, con la crisis estamos todos un poco justos... Y bueno, cada uno sabe cómo lleva el tema de la solidaridad ¿no?" -dijo ella.

Me dieron ganas de contestarle, pero es que cualquier respuesta que se me ocurre es un poco violenta y ellos no tienen la culpa... ¿o sí? Lo más calmado que puedo pensar es: "Chica, las técnicas agresivas que os enseñan en el curso que os den, son peligrosas. Algún día alguien se cabreará y puede volverse contra vosotros.".

Pero no contesté nada más. Nos despedimos, cerramos la puerta y le expliqué a mi hermana que unas semanas antes me había pasado exactamente lo mismo, punto por punto, con otra ONG.

A mí lo que me mosquea de todo esto es que alguien se tiene que estar llevando pasta. En algún sitio he leído que de las aportaciones que se hacen a las organizaciones, sólo una pequeña parte llega a su destino; que muchas asociaciones reciben subvenciones, etc. Es que ni me apetece ponerme a buscarlo. Creo que mi hermana colaboraba hace años apadrinando a un niño a través de una ONG que después se descubrió que estaba haciendo ricos a sus directivos.

Ya sé que generalizar es malo (incluso en esta frase). No estoy diciendo que todo esto sea un montaje, pero enviar a personas jóvenes, con energía y ganas de comerse el mundo, a hacer el trabajo sucio (seguramente sin cobrar) de ir a puerta fría (probablemente de los trabajos más ingratos que existan) y todos con el mismo tipo de discurso, me da que pensar mucho. Sobre todo, porque la psicología y otras ciencias ya nos han enseñado qué resortes es necesario apretar para producir según qué reacciones.

Aunque no voy a hacer amigos diciendo esto, yo hace tiempo que soy un insolidario. Pero no es completamente cierto. Ya ayudo a la gente de mi entorno en lo que puedo. Lo que no puedo palpar, prefiero no tocarlo, no sea que el beneficio se lo lleve quien no debe. Y es que ni siquiera este tipo de trabajo debería hacerse gratis, pero seguramente se hace, mientras que las medallitas se las ponen otros.