jueves, 26 de octubre de 2006

Demasiada Información

Desde hace años tengo la sensación de que no puedo digerir toda la información que me llega. No recuerdo si el síndrome empezó de manera gradual (lo más probable), o de forma repentina. Creo que a partir de la universidad se agudizó todo; demasiadas cosas en que pensar, entre la multiplicidad de asignaturas y el continuo bombardeo proveniente de todas partes.

Nunca he sido demasiado organizado, sino más bien al contrario. Pero mi propio desorden tenía sentido y sabía dónde había colocado todo. Eso funcionó suficientemente bien, hasta que dejó de hacerlo por saturación. De niño tuve la suerte (o la desgracia, según se mire) de que me quedaba con los conceptos a la primera. La fortuna era que no me suponía ningún esfuerzo y ese fue también el punto débil: con el tiempo, me hice bastante vago. No ocurrió en todas las facetas a la vez, puesto que siempre había algo que me atraía y donde ponía más interés. Eso sí, los temas que abandonaba siguen siendo grandes carencias en mi cultura.

Lo que de pequeño significaba una nimiedad (no darme cuenta de que me quedaban "deberes" por hacer, pero resolverlos al instante en que me preguntaban) se convirtió en una catástrofe al llegar a la universidad. La complejidad de los ejercicios era muy superior, por lo que era imposible seguir el mismo método. El problema era la falta de organización, que todavía me azota hoy en día. Llegar a clase y justo antes de empezar, darme cuenta de que me había ejercicios que no había hecho, era bastante habitual. ¿Qué había pasado? Pues había estado dedicado a otras asignaturas, pero nunca me daba tiempo de atender a todas.

Para mí siempre ha sido muy difícil concentrarme en varias cosas a la vez. Eso de tener muchas tareas en la cabeza, priorizarlas de forma automática, resolver primero las más urgentes y hacer que todo vaya avanzando me resulta complicadísimo. Ya en la época del instituto había gente que trabajaba, algunos los fines de semana y otros incluso más, mientras sacaban adelante sus estudios. En la universidad ya era el acabose: el porcentaje de trabajadores en las aulas subió muchísimo, así como la edad de algunos alumnos... Me costaba comprender cómo y por qué una persona con su trabajo, su familia y montones de preocupaciones, incluía en su vida también el rompecabezas de los estudios, los exámenes y las prácticas.

Siempre he admirado a todas esas personas. Están por todas partes, familia, amigos, compañeros de trabajo y personas anónimas. Todos demuestran una capacidad de esfuerzo y superación que yo no creo poseer. Desde que trabajo, no sólo no me siento capaz de ponerme a estudiar en serio, sino que me cuesta horrores organizar mis actividades de un modo provechoso. Para más inri, mi trabajo siempre ha tenido que ver con el tratamiento automatizado de la información, por lo que no tengo forma de escapar del mismo tema que me atormenta.

Las herramientas y los avances tecnológicos que utilizamos evolucionan cada vez más rápidamente, pero también recibimos mucha más cantidad de información según avanza el tiempo. Desde hace años, los ficheros se acumulan en mis discos; aunque cambie de ordenador, siempre acabo moviendo los datos de la máquina antigua a la nueva y el lastre va creciendo. Lo mismo ocurre con montones de papeles y objetos que se van acumulando: apuntes de los estudios, objetos viejos que me resisto a tirar aunque son sustituidos por otros nuevos, facturas, manuales, garantías... De vez en cuando la vena organizadora se apodera de mí un corto intervalo de tiempo y me deshago de algunas cosas. Pero el ritmo de acumulación parece ser siempre mayor que el de limpieza.

Aparte está el tema de que a veces surgen nuevos intereses en la vida, que normalmente son difíciles de introducir en el horario ya de por sí bastante repleto. Está claro que el día tiene 24 horas para todos, pero da la sensación de que hay gente a la que le cunde mucho más. Generalmente esto es así porque se organizan mucho mejor, aparte de que tengan más capacidad. Yo pienso que tendré que encontrar el equilibrio probando diferentes combinaciones de actividades, hasta que dé con la que me satisfaga. Es complicado escoger y tener que dejar algunos temas aparcados, pero a veces uno consigue abandonar algunas cosas que ocupaban el tiempo inadecuadamente.

domingo, 22 de octubre de 2006

Adiós, amigo

Nadie te prepara para la pérdida de un ser querido. La primera mala noticia vino directamente de él: una llamada de teléfono, lágrimas incontenibles. Lo que me han encontrado es malo. Palabras de ánimo y de aliento, diciéndole que lo que tiene que hacer es luchar con todas sus fuerzas, que los médicos harán todo lo posible pero que él tiene que poner todo de su parte.

Mentiras piadosas que no dejan de ser mentiras, aunque no conozco el estado en detalle, ni quiero saberlo para aferrarme a algo. Malos presentimientos que no quiero escuchar. Pequeñas esperanzas tras alguna mejora. Una salida del hospital en el intermedio entre radioterapia y quimioterapia. Reentrada tras una recaída fulminante. Tratamientos que sólo consiguen destrozar las pocas defensas que quedan.

Cada vez se hacía más duro ir a visitarle... Es muy duro ver a una persona postrada en una cama, después de haberle conocido en toda su actividad. Entre los dos estaba claro que me tendría a su lado cuando me necesitase, pero me dolía mucho estar más tiempo.

La culpa siempre nos hace mirar atrás, pensando que podríamos haber cambiado algo para que no llegase el desenlace. Pero hay tantos elementos que el cambio se hace bastante incontrolable. ¿Podría haber ido antes al médico? ¿Pudo el médico darle poca importancia al principio? ¿Podría haberse salvado aunque le hubiera dado más importancia? ¿Se utilizó el tratamiento adecuado? ...Siempre nos quedaran todas esas dudas y muchas otras.

Una amistad de cinco años que comenzó casi por casualidad. Tras el primer encuentro después de charlar mucho a través de Internet, la mayoría de las veces no se suele volver a coincidir. Pero yo siempre he sido muy solitario y se me ocurrió volver a llamarle para salir a dar un paseo. En pocas reuniones se perfiló como alguien con quien podía hablar de cualquier tema que me interesase o preocupase. La mayoría de sus amigos lo eran desde hacía muchos más años. En comparación, sólo he formado parte de una pequeña parcela de sus vidas, pero me han abierto los ojos al mundo y nunca podré agradecérselo bastante.

Era, sin ningún género de duda, mi mejor amigo. Por supuesto que tengo otros amigos, no muchos, pero algunos quedan, casi todos de la época estudiantil. Pero por alguna razón no me integro completamente con ellos, no encajo con sus aficiones y muchos se han ido casando, teniendo hijos y demás, las relaciones se han enfriado lentamente según hemos ido tomando cada uno nuestros propios caminos... Y también está claro que algunos de los mayores escollos son mi propia soledad e introversión.

Finalmente, recibo una llamada de madrugada, justo antes de salir a trabajar. Pido que me den más datos cuando sepan dónde se hace el velatorio. La información me llega mientras hago la compra por la tarde. Hay detalles curiosos que no se olvidan: recuerdo que justo después de colgar el teléfono, una señora me pide que le mire un precio, porque se ha olvidado sus gafas. Me sorprendo consiguiendo contener mis emociones mientras recojo lo que me falta, lo llevo a casa y tras colocar lo que necesita estar en la nevera, marcho hacia el tanatorio. Nunca había estado allí y me meto por la calle equivocada antes de dar con el camino correcto.

Saludo a la familia y los presentes, con los que he tenido muy poca relación hasta ahora. Paso a verle y ya no puedo evitar romper a llorar. También es la primera vez que me encuentro en una situación de este tipo sin mis familiares para consolarme. Intento calmarme y hablo un rato con su hermano.

Vuelvo a casa. Ceno algo y trato de no pensar mucho. Me voy pronto a la cama para estar listo al día siguiente. Por la mañana vuelvo y esperamos al momento de la partida. Hay mucha emoción en el aire... Lágrimas de nuevo en la despedida.

Adiós, amigo.