sábado, 15 de marzo de 2008

Consecuencias

Quizá alguno se fije en la hora de publicación de este artículo. Sí, claro, ahora que lo he dicho ya vais todos a mirarlo. No, no es un error de Blogger, sino una de las consecuencias de estar todo el día de reposo: cuando llega la hora en la que se supone que debo dormir, me marcho a la cama. Diez mil vueltas después, incapaz de encontrar la postura y de conseguir que el cerebro se desconecte, llega la desesperación y acabo por levantarme.

Después de la primera operación me ocurrió lo mismo. Los primeros días es una gozada dormir diez horas: Se te cargan las pilas al máximo y desaparece por completo la sensación de cansancio continuo que uno arrastra durante las semanas laborales. Eso te ayuda un poco a sobrellevar el dolor de la recuperación, que parece infinito. Pero parece que las pilas tienen límite de carga y por algún sitio tiene que brotar la energía sobrante.

Escucho a los Lunnis cantando "nos vamos a la cama" y pienso "ojalá". Veo a la gente de "el Hormiguero" cantando "vete a dormir" y me empiezo a cabrear de verdad. Esto ya parece "y nos dieron las diez" de Sabina, pero sin la diversión y me toca las narices.

La verdad es que, aparte de por circunstancias especiales como la baja que estoy "disfrutando" ahora (¡qué disfrute, madre!), estos periodos de insomnio me atacan de vez en cuando. No es la primera vez que me planteo seriamente sacarles partido, pero el horario laboral no se puede romper con el tipo de trabajo que tenemos, así que normalmente no me queda otra solución que esperar a que pasen, aguantar un par de días muerto de sueño en el trabajo y confiar que tarde tiempo en volver a ocurrir, volviendo a la rutina diaria.

La semana que viene intentaré una cura de choque: Madrugar y levantarme todos los días como si tuviera que ir a la oficina. Esperemos que con eso, mi ciclo de sueño vuelva a acercarse a lo adecuado. Ahora que llevo un mes apartado de las garras de la cafeína, no quiero volver a caer.