lunes, 18 de septiembre de 2006

Dorogata

Hola, me llamo redondeado y soy cafeinómano.

Llevaba mucho tiempo admitiéndolo para mis adentros, pero seguía cayendo una y otra vez. Seguramente a muchos mi afirmación les parecerá exagerada si pueden asimilar la sustancia sin problemas... Sigo escuchando frases como aquella de «yo es que hasta que no me tomo mi café por la mañana, no soy persona» Me pregunto entonces si durante ese tiempo será animal, vegetal, o mineral, pero esa es otra cuestión. El caso es que los efectos negativos superaban a los positivos, así que tuve que tomar una decisión.

Hubo incluso una temporada en la que encontré una tabla de equivalencias de C8H10N4O2 y medía mi ingestión por dosis... Por suerte yo no llegué a concentraciones muy altas, ni me aficioné a las «bebidas energéticas». Un día tomé un sorbo de una y me pareció tan repelente que el resto de la lata se me cayó accidentalmente por el fregadero.

Cuando la doroga más aceptada socialmente comenzó a afectarme, al principio, alguna que otra vez no surtía el mismo efecto, por lo que aumenté ligeramente la dosis. Más adelante, cada vez me despejaba menos tiempo y el cansancio que venía después iba en aumento. Creo que eso se conoce como «efecto rebote»: cuando se pasa el efecto de la sustancia, no te encuentras igual de cansado que antes de tomarla, sino peor.

Durante un maldito proyecto en el que nos hicieron quedarnos incluso de noche (ya despotricaré más sobre este asunto en otras entradas), la cantidad de cafeína que tomé en una semana superó la que solía ingerir en un mes. Tampoco es que fuese exagerada, comparada con la que toman algunas personas, pero para mí sí que era demasiada y ya me hizo pensar que tenía que quitarme.

Una vez conseguí librarme de aquel proyecto, hice una primera intentona de dejarlo, con su correspondiente recaída. Con la excusa de sólo tomar cuando me encontrase muy adormilado, al poco tiempo me di cuenta de que necesitaba el café a diario y además el efecto rebote volvió con más fuerza.

La gota (de café) que colmó el vaso (de café) ocurrió un martes. Me había tomado un café en casa para desayunar, antes de salir hacia la oficina. A media mañana fuimos un rato a la máquina del pasillo a por uno de esos mini-vasos y después de comer tomé un refresco de cola (nótese que no hago publicidad, todas son la misma mierda desatascadora de tuberías). Cuando llegué a casa estaba muy cansado (efecto rebote agudizado por el estrés de conducir), pero la sorpresa fue al ir a la cama:

Con todo el cansancio acumulado, pensé que me quedaría inconsciente en breves momentos, pero hete aquí que se produce el curioso fenómeno que venimos a llamar «ojos de búho», cuya característica principal, si fuésemos un vehículo, sería proyectar ininterrumpidamente con los ojos el haz de luces largas en el techo. Además, en esta ocasión mi cerebro decide ponerse a mil por hora y los pensamientos, montones de ellos en paralelo, me agobian. Bonito momento para una hiperactividad mental.

Después de innumerables vueltas en la cama, de levantarme a tomar tila, escuchar música relajante, e intentar todo lo imaginable, consigo dormir pasadas ya las tres de la mañana. Supongo que mi cerebro dijo que ya era suficiente, o que la batería se agotó por dejar las luces puestas. De hecho, arrancar al día siguiente se hace un suplicio y nadie me evita tener que levantarme a las siete. Con menos de cuatro horas de sueño, el día se me hace eterno entre conducir destrozado, amagos de cabezadas ante el PC y vergüenza por estar en estado tan lamentable. Pero ya está decidido:

Me estoy quitando. Solamente me pongo de vez en cuando.

Fue algo duro, sobre todo las primeras semanas, tenía mono de café, porque es un sabor que me encanta (no así los refrescos). El descafeinado, aunque ha mejorado bastante con el tiempo, no sabe igual que el café-café. A veces me sigue apeteciendo tomarme un cafetito, pero vuelvo atrás en el recuerdo de aquella fatídica noche y me aguanto las ganas.



Actualización (11 de mayo de 2007): Qué cojones, ya debería haber escrito esta actualización hace tiempo. Por supuesto que volví a caer en el café y ya tengo claro que soy un adicto, porque en cuanto empiezo a tomar un día laborable, el resto no puedo resistir tomarlo. Me afecta como siempre, con los bajones, el cansancio, etc., y aunque los "subidones" también me dan vidilla (a veces me pongo como una moto), es una mierda tener que depender de una sustancia. Ahora mismo estoy bastante cansado y son las ocho de la tarde. Así que el resumen de momento es que no creo que pueda dejarlo por ahora. Batalla perdida.

NOTA: Esta entrada NO ha sido patrocinada por CAFÉS "EL AVIÓN", que seguramente no conocerán el doble sentido del nombre de su empresa en España.

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